viernes, mayo 6

A g i t a c i ó n

Me ponen los malotes. Y si son simpáticos, más. Si además me parecen atractivos, aún más. Y si, además, no dejan de dedicarme miradas furtivas y aprovechan el préstamo del mechero para rozarme la mano, ya me tiemblan las piernas, las manos, el habla y se me acelera el corazón... y lo que no es el corazón, leñe. Vamos, que me pongo nerviosa y perraca (no nos andemos con chiquitas).

Sé que decir, pensar y estar dispuesta a cualquier cosa llevando 6 años de relación a las espaldas está feo, pero la rutina cansa. Después de todo pienso que una aventurilla no significa nada y, en algunos casos, supone una ráfaga de aire fresco dentro de un ambiente manido y enrarecido. Después de tanto tiempo, los detalles se acaban, los días se vuelven iguales... y si resulta que es uno solo el que tira del carro, el agotamiento es infinito.

El sujeto en cuestión es un compañero de trabajo. Hago malabarismos para cruzármelo. Algunos días no le veo y eso le pone emoción al asunto. No sé como se llama, solo sé su número de licencia y la matrícula de su taxi. No sé si tiene novia, está casado o tiene hijos. Las conversaciones con él apuntan a que no. Todo muy bucólico, pero yo me siento como una quinceañera otra vez.

Igual dentro de dos días se me pasa. Mientras tanto seguiré disfrutando de mis mariposillas en el estómago, que hace muchos años que me abandonaron y ya no me acordaba como revoloteaban.

1 comentario:

illy dijo...

olé por las mariposas, por los roces de manos y por los malotes.
AY!! estoy contigo son la sal de la vida y aunque el exceso de sal provoca hipertensión, lo prefiero a el exceso de azúcar que provoca diabetes..
total, si es que que sosería de vida sin aliños!!!